Coronavirus o la peste de nuestro tiempo

Mirta Goldstein, APA

“Pero no era la furia divina, era un pequeño
roedor, y una bacteria
navegando en su sangre diminuta”.

Peste Negra. Poema anónimo.

Esta publicación fue creada para entrecruzar el psicoanálisis con temáticas epocales que afecten a las sociedades.

El coronavirus nos ha despertado del sueño heroico que podíamos vencer a la naturaleza. Si bien nos advierte de nuestra mortalidad, lo más importante es que nos somete a los designios de nuestros propios fantasmas.

Decidimos publicar un número especial sobre Coronavirus, pues los fantasmas y la angustia llevan a reacciones de las más disímiles; muchos lo hacen omnipotentemente negando lo que ocurre o transgrediendo las normas sanitarias, otros se vuelven prepotentes porque en el fondo imaginan que hay un culpable: hacen del virus una imagen a semejanza del hombre.

Entonces la pregunta es: ¿por qué alguien busca, inconscientemente, exponerse y no se aviene a la ley de cuidar y cuidarse? Lo que descubrimos en los análisis es que enfermar o arriesgarse son modos de castigo del Superyó por un deseo reprimido inconsciente.

Aun así, debemos destacar que están los solidarios, los que ofrecen su ayuda y colaboración y con su actitud contrarrestan las posiciones más destructivas. Los seres humanos estamos hechos de una mezcla, singular para cada uno, de dos elementos: lo creativo y lo destructivo.

Otro aspecto que esta pandemia pone sobre la mesa es que a veces las palabras confunden. Los medios anuncian aislamiento sin embargo hoy no estamos aislados sino recluidos en nuestras casas por responsabilidad con nosotros y los otros, que no es lo mismo. En nuestras casas estamos con nuestra familia o con nuestras mascotas, con la música y los libros que nos hacen compañía y con los amigos virtuales, por eso: “no estamos aislados”.

El aislamiento es otra cosa,  es una actitud de aquellos que no pueden compartir ni tolerar vínculos. El aislamiento puede ser un síntoma de depresión, por ello es importante llamar a los amigos, mandarles un mensajito por WhatsApp o Messenger, preguntarles como están o si necesitan algo. Podemos estar presentes de muchas maneras. Está en cada uno hacer de esta situación algo llevadero en consonancia con el buen humor y erradicando el mal humor.

No solo estamos ante una pandemia, estamos también ante la oportunidad de pasar con éxito la prueba de la tolerancia mutua, del respeto, de la compañía amable. También habrá roces, malentendidos, son inevitables en una convivencia que rompe las rutinas y demanda inventar otras.

Por lo tanto, no solo combatamos al virus sino a la depresión que puede asaltarnos por no hacer nuestras rutinas. Entonces inventemos nuevas rutinas. Inventemos espacios de charla con los niños, revolvamos las bibliotecas buscando libros que no leímos por falta de tiempo, cocinemos un nuevo plato con lo que hay en la heladera, hagamos ejercicios caseros con el mismo entusiasmo como si fuésemos al gimnasio, caminemos por el living imaginando un parque arbolado.

Para los que viven solos, también es una prueba. Lo mismo para los que están lejos de sus seres queridos. Les recuerdo que no es lo mismo vivir solo que estar solo, no es lo mismo distancia geográfica que distancia afectiva, por lo tanto, hoy nos distanciamos espacialmente pero no afectivamente.

Los niños y adolescentes están acostumbrados a vinculares a través de videojuegos y mensajes virtuales. Para ellos es más fácil hablarle a la computadora que a los adultos, y aunque no pueden salir a patear la pelota o andar en patineta, no por ello deben aburrirse.

Los niños saben o intuyen lo que ocurre a su alrededor, por lo tanto, no es conveniente mentirles u ocultarles la verdad; lo que requieren son palabras sencillas y tranquilizadoras que eviten pesadillas, terrores nocturnos y fobias.

Uno de los síntomas de la reclusión puede ser la claustrofobia: el ahogo, los trastornos respiratorios, signos de ansiedad y angustia que hasta pueden llegar a confundirse con los signos del coronavirus.

La fobia es impotencia y angustia: sentir que no se puede huir de un dolor psíquico, de un terror, de algo que nos traga, sepulta.

Algunos viven la reclusión en las casas como obligatoria, una prisión que paraliza, pero si estamos convencidos de que es necesaria para no contagiarnos, se transforma en voluntaria.

Por lo expresado, y para salir de la cuarentana fortalecidos, no desperdiciemos esta oportunidad de cambiar hábitos y prioridades; pensemos que esta pandemia dejará muchas heridas y cambios insospechados por lo cual enfrentaremos, en el futuro, duelos intensos. Sin embargo, la imaginación es infinita y podemos usarla para recrear nuestros vínculos más cercanos, adquirir nuevos conocimientos, realizar sueños postergados.

Si bien el confinamiento pone a prueba a las parejas y familias, quedarse en casa no es clausurar nuestras posibilidades de acción e interacción sino la oportunidad de inventar situaciones nuevas y revitalizar el erotismo.

Esperamos que las ideas que acá se vierten y de las que cada autor es responsable, sirvan para entender que vivimos una doble circunstancia: los hechos y nuestras fantasías sobre los hechos y necesitamos elaborar los efectos de ambas.

Nuestra recomendación es que, si alguien siente que no puede manejar la angustia o la tristeza, recurra a los centros telefónicos de ayuda. Otra opción son las consultas psicológicas virtuales.

Mirta Goldstein

Mirta Goldstein, APA
Directora