La tradición de descubrir

Diego López de Gomara, APA

¿Cómo bordear lo real? ¿Cómo transitar su litoral?

Quien no pueda construir un lenguaje individual para afrontar su misterio deberá inexorablemente pedir auxilio en el lenguaje del otro. Construirá su lazo social a costa de la enajenación de fragmentos de su ser en un mundo de huellas de principio ajeno. Existiendo como neurótico y no loco se dejará impactar por trazas, marcas, versiones de las cosas que le llegarán a través de los padres y de una lejana prehistoria.

Así como Carlos Marx descubrió que atrás de la ideología había un mundo de relaciones concretas de producción que determinaban desde un más allá esa ideología, Freud también descubrió el mundo de las fantasías inconscientes llenas de traumas y sexualidad bajo los pensamientos conscientes y los síntomas. La superficie, y lo evidente, se ponen en cuestión y se busca encontrar el más allá de los fenómenos en una estructura incompleta y hasta entonces velada.

La toma de conciencia o las epifanías no se realizan en la soledad, salvo para el genio, y será necesario el Partido para Marx, y la Institución y un dispositivo en el caso del psicoanalista, para hacerlas advenir. Un encuadre, un Otro, se avizora necesario para que lo reprimido-novedoso aparezca y fluya.

La práctica psicoanalítica, sea cual fuere la línea teórica predominante, busca el desasimiento de la libido de las viejas representaciones que desde lo inconsciente nos condenan a repetir. Se trata de cortar la sujeción de la libido a un mundo antiguo, que cual fantasma nos habita, para quizás poder elegir algo en nuestra vida.

El artista busca el error, el azar que lo saque de su automatismo. Cuando el tropiezo se produce está la posibilidad de novedad. Circunstancias azarosas permitieron a Edipo de Tebas descubrir su verdad.

Para que no solo el azar o el destino abran al neurótico sus ojos, Sigmund Freud creó un dispositivo y una institución que ayudan a fallar y en la falla descubrir. Hace 75 años un grupo de lúcidos pioneros escucharon la voz freudiana y fundaron una asociación con su espíritu en la Argentina. En un solo acto rompieron la relación al saber académica o caótica, que había en nuestro país, para transmitir otras maneras de saber.

El saber que sostiene y estimula paradojalmente la APA no es el de la universidad o el del universal que se torna transmisible para todos; el saber que la institución psicoanalítica promueve, muchas veces soportando los afectos negativos que confrontarse a lo reprimido acarrea, es el saber de lo singular descubierto en el análisis de la transferencia.

Hace 75 años que la APA está comprometida con la aparición de saberes singulares y con un valor transcendente para el que lo lleva. Tan singular es ese saber individual cuando funciona que no es transferible a otro. El análisis de la propia transferencia no se transfiere, no puede entregarse como un don al semejante. En este sentido pertenecemos heroicamente a esas comunidades llamadas imposibles. Comunidad imposible, pero hecha paradojalmente existir, durante décadas con el esfuerzo, la creatividad, lo inconsciente, los síntomas y hasta el cuerpo de sus miembros.

En el mundo de la uniformidad, y del mercado de bienes y saberes, es excepcional y un orgullo pertenecer a una comunidad así, donde nada es fijo y para todos; una comunidad en la que permanecemos sostenidos en el hacer con una verdad personal tan fugaz como incompartible; una comunidad donde solo aprendemos del tropiezo (una forma de llamar a lo inconsciente); y una comunidad donde toda experiencia de psicoanálisis que estimulamos realizar (eje mismo de nuestra institución y de nuestra apuesta) no sabe adónde lo lleva al que corre el riesgo de emprenderla.

Lanzarse a un análisis implica descubrir, y en lo posible dejar o alejar, viejas maneras de gozar. La libido libre de las marcas pasadas acarrea angustia, a la manera de las neurosis actuales, y también se asocia a “ese poco de libertad” para hacer nuevas elecciones que teme el neurótico. Es necesario valor para llevar adelante un análisis.

Otras instituciones o escuelas de psicoanálisis para recibir un nuevo miembro tratan de dejar constancia de que algo pasó, pasó de un lado a otro; hubo análisis, transferencia, mutación subjetiva; ése es su eje, la constatación o no de un hecho que habría o no acontecido. Se desprenden de generar las condiciones de su producción.

La APA, desde hace 75 años, y siempre tolerando las críticas inevitables que recibe cualquier apuesta y formalización de un método, sea cual fuere esa formalización (es el aspecto trágico de toda formalización que deja siempre algo afuera o sin resolver), apunta al origen. La APA buscó extramuros, y creó y pulió localmente un dispositivo no solo para constatar hechos sino para que las cosas sucedan, es decir para que los “fenómenos inconscientes”, como decía Freud, advengan.

Ni el psicoanálisis ni su institución son revolucionarios en el sentido de ofrecer un mundo nuevo. No tienen la imaginería de un partido político.

Sin embargo, llevar el paciente al diván, al dire-vent (al decir-viento) según Lacan; llevarlo a que su palabra tome vuelo con la mayor intensidad, responsabilidad, frecuencia y ocasión; y llevarlo a que su palabra siempre cargada de equívocos y tropiezos hable, es la historia de nuestra institución.