El humor, un caldo que hierve en el caldero freudiano

Alicia Killner, APA

Para comenzar, un chiste, cada quien tendrá el suyo que le parezca más o menos revelador. Una familia judía y atea (un poco como debía ser la de Freud, autodefinido “infidel jew») de clase media alta neoyorquina decide enviar a su hijo a estudiar al Trinity College que, como muchos institutos en toda América, solía ser confesional pero ya no lo es. El joven comienza su educación universitaria y un día, algo socarrón, regresa a la casa a preguntar al padre si sabe lo que quiere, en realidad, decir Trinidad, y a continuación explica: es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El padre con furia contenida toma al joven por los hombros y le contesta: “mira, voy a decirte algo que espero que no te olvides nunca, Dios hay uno solo, y es en ése que no creemos”.

La convicción dogmática religiosa y desmentida como ateísmo de un judío moderno, por una vía en apariencia errática, pero no, nos conduce a Umberto Eco que escribe su primera novela y la publica en 1980. En El nombre de la rosa, Eco inventa, una abadía en la Baja Edad Media y, en ella, a un bibliotecario ciego, Jorge de Burgos, convertido en asesino serial. Una seguidilla de cadáveres que parece corresponder a una lógica más o menos bíblica, termina revelándose causado por un motivo concreto. En la biblioteca, cuyo incendio final es uno de los pasajes más bellos de la novela, Jorge, el monje español de Burgos, declara a viva voz que la causa de todo es un libro, el tomo segundo de la Poética de Aristóteles que habla de la comedia. Los que la hubieran leído debían morir para que la “retórica de la irrisión» que ella contiene no corrompiese el espíritu puro de los monjes de la Abadía.

Si el humor, esa “poética de la irrisión” como dice Eco, que tan bien podría adjudicársele al psicoanálisis, es un peligro en el monasterio y la socarronería de un joven enfurece a un padre ateo (pero monoteísta), algo se desprende y es que el humor no es algo fútil e inofensivo. El humor subvierte las grandes convicciones, sencillamente las pone en ridículo. Afirma y rechaza de un plumazo lo que nadie se anima a decir del todo. Se introduce en lo más sagrado, para espetarle como en la boutade del Pas de Calais, que de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.

El paso de lo moderno a la contemporaneidad

Qué significa ser contemporáneo, es ¿acaso Freud un fundador de la contemporaneidad o es “solamente” un producto tardío de lo moderno? Hay algo sugestivo en la acción freudiana que es haber tomado todos aquellos fenómenos que la ciencia de la época consideraba casi (o del todo) inservibles para hacer de eso el más valioso de sus materiales de estudio. En ese “cinturón ecológico” del Saber de su tiempo, en el resto que la ciencia descarta, cultivó el maestro su jardín de sueños, de errores, de lapsus, de síntomas histéricos (¡ah, nada más inútil!) y también de… chistes.

Ser contemporáneo era sin duda una preocupación freudiana. Habiendo concluido y publicado su inaugural “Interpretación de los sueños” antes del finalizar el siglo XIX, impuso a su editor fecharlo en 1900 como para que el texto naciera con el siglo y bajo el signo de “lo contemporáneo”. Freud digno heredero de la modernidad, aquella que fundara Descartes con su cogito, ergo sum (o bien soy donde no pienso) se convierte en el mas virtuoso de sus lectores. Un genial traduttore, tradittore, como le gustaba el retruécano.

Después de todo la base en que se funda la idea de la modernidad es la seriedad del juego y la constancia del azar donde la partida se desarrolla (en y) con palabras.

Allí ancla Freud cuando recibe la crítica de Fliess respecto de los soñantes freudianos, le señala que le resultan ”demasiado chistosos”. De entrada el humor se filtra por los desfiladeros del pensamiento freudiano hasta hacerlo florecer con la escritura con el libro del chiste en 1905 donde se preguntará: ¿Qué operaciones puede hacer el chiste con el lenguaje?, (o a la inversa) ¿qué de la retórica y de sus tropos son explotados por el ingenio y la gracia para poder decir, sin decir, para que la verdad surja como en un lapsus o como una creación instantánea e incluso efímera pero elevada a la dignidad que provoca en el otro bien una sonrisa o una carcajada? Es necesario un tercero en el chiste que con su gesto (la risa, esa cosa en el cuerpo) autentifique la eficacia de su planteo.

¿Por qué debemos hablar de las especies de lo cómico en psicoanálisis? ¿Acaso no es este método una cosa demasiado seria como para que nos disgreguemos para el lado del humor? Es que el humor es cosa seria y bastante homogénea con el concepto mismo de inconsciente.

Le ocurrió que durante mucho tiempo, y tal vez no sólo a causa de la crítica de Fliess, es que Freud se encontraba recopilando una lista de chistes, muchos de ellos judíos, de schnorrers y de casamenteros, que analizaría en El chiste y su relación con el inconsciente. Algunos de ellos, como Witz, mot d’esprit, dirían los franceses harían carrera, en especial cuando fueron retomados por Lacan en una segunda lectura que para muchos se vuelve primera.

El chiste del caldero es especialmente significativo: A pide prestado de B un caldero de cobre y luego lo devuelve agujereado. B reclama el daño que se le ha provocado, pero A responde con tres proposiciones: Primero jamás pedí prestado un caldero, segundo cuando lo llevé ya estaba agujereado y tercero el caldero lo he devuelto en perfectas condiciones.

El interés de estas proposiciones es que cada una de ellas podría ser una respuesta pero al armarse en serie, cada una de ellas aparece en perfecta contradicción con la anterior, y todo ello no parece afectarle a A en lo más mínimo. Así funciona el inconsciente, no habrá que elegir una de las afirmaciones. Las tres son válidas a su manera y, aunque se contradigan, valen.

El otro ejemplo, tal vez más complejo como chiste, puesto que no es ni más ni menos que una creación literaria resulta la cita de H. Heine en uno de los relatos de Historias de viaje: Los baños de Lucca, donde el Hirsht Hyacint judío y mendicante decide visitar al banquero Salomón Rothschild, de seguro para pedirle algo, advertido de que el hombre no estaba de buen talante ese día A la salida expresa: “Pues así como Dios debe velar por mi, me ha tratado de un modo totalmente famillionario!”

Es este neologismo, el modo gracioso en que el pobre se siente tomado por el otro, ni familiar ni millonario, de la formalización sistemática y la dislocación del sentido, el que dice Hirsch, tal vez Heine mismo bajo su piel, es el que sabe humorística y subjetivamente que más allá de lo famillionario, ha sido tratado como un pobre nada familiar, un excluido. Y la ironía se carga con la gracia de un término inexistente en la lengua pero comprensible de todos modos. Lacan con este ejemplo marca la diferencia entre el enunciado y la enunciación, que ubica al sujeto no sólo como el que dice lo enunciado sino en qué posición queda respecto de lo que dice en la enunciación.

Hacer chistes en el sentido del witz, es un modo de tratar el significante de modo que él traicione, rasgue como una tela y por un instante (y nosotros junto con él) la estructura misma del lenguaje.

El humor negro no escapa a la consideración de Freud y no en vano citará la frase del condenado a muerte que camina un lunes hacia el cadalso, con: “Linda forma de empezar la semana”. Después de todo, la semana empieza siempre aunque no estemos allí y el chiste nos permite caminar hacia el fin no con una mueca sino con una sonrisa.