El Twain de Freud o el otro modo de decir sobre la repetición y lo siniestro
Alicia Killner, APA
Podríamos empezar esta presentación retomando una proposición habitual en la entrada de los trabajos freudianos, la fórmula: “muchas veces se ha descuidado” tal o cual cuestión, aplicado a la sexualidad infantil, o al chiste, o a lo ominoso, siempre a algo en cierto modo fundamental y demostrable que no ha sido tenido en cuenta por las disciplinas “serias”. Freud toma el resto olvidado, lo desestimado, el residuo de la cultura para crear un discurso que le es propio y que hacemos propio luego, a nuestro modo.
Hay una enorme bibliografía sobre el Shakeaspeare citado por Freud, el Nietzche, Goethe, pero se ha dejado de lado una cita bastante constante en Freud, que es la de Twain, autor favorito del maestro y a quien tuvo oportunidad de conocer personalmente antes de la publicación de la Traumdeutung, según revela una carta a Fliess de 1898. Twain pasó en Viena casi un año entero con su familia y era veinte años mayor que Freud.
Dos mundos se cruzan entre Twain y Freud, dos mundos que se interesan uno por el otro y se desprecian y se admiran. Por un lado el romanticismo alemán del siglo XIX y su tradición mítica y pagana, su evocación medieval, (olvidadando adrede el iluminismo) y, por otro, América, lo nuevo, lo moderno, lo que no tiene historia (y tampoco le importa).
Twain es el americano conciente de sí mismo, es el que le inventa la voz a América que no puede sino ironizar sobre lo viejo, verbigracia la anticuada superstición europea, aunque la burla contenga a pesar suyo las marcas de lo burlado. Dos mundos que en la cita que hace Freud en Lo ominoso, (cita a Twain para fijar las coordenadas de lo cómico en relación a lo umheimlich) podrían quedar muy bien representados a su vez por las ficciones en ese artículo de 1919: la referencia al Sandman de E.T.A. Hoffman, que hacen al corpus de la invención que Lacan situará como el carozo de la presentificación de lo real en la angustia.
Dos menciones que merecen subrayarse: “Nadie se ha ocupado de ésto, la estética sólo sabe de lo bello y de lo grandioso”, se lamenta el maestro, y, sin embargo, Hoffman entrega lo suyo a Freud.
Lo siniestro no es fácilmente definible, el cuento de Hoffman va en dirección a la locura, al orden heimlich que es la infancia, tan poco heimlich a veces, a la vacilación (eso se dirá de lo fantástico) sobre lo que es humano o autómata, como la muñeca Olimpia de la cual tan ingenuamente se enamora Nataniel, pero de todas las opciones, lo que más ominoso ha de demarcarse, es la mirada a través de Coppelius que roba los ojos de los niños, los ojos de Olimpia,“los bellos ojos” de la frase final del joven suicida. Lo ominoso se sitúa en el objeto, una innovación perfectamente lacaniana, el objeto no es definido desde la pulsión sino por la angustia. La angustia de ser visto, de ser mirado por los propios ojos…en otro.
Pero antes de situar lo escópico en ese punto central, había sido la repetición uno de los ordenes de lo siniestro. Ya lo habría dicho en Más allá del principio del placer, y es en la repetición donde aparece una de las más de 10 citas que Freud ha hecho de Twain.
La diferencia entre Hoffman y Twain
Hoffman pertenece al modo romántico, al trauer, a la tristeza literaria, definida por Benjamin, en cambio Twain viene de un país nuevo, América con toda la resonancia que para Freud tiene de conquista, es un fundador de la esperanza de un futuro. Un escritor sin (en apariencia) procedimiento literario, de hecho cuando se quiere decir de algo que literariamente es “en exceso simple” se cita, más bien a la ligera, Las aventuras de Huckleberry Finn. Sucede que es la lectura obligada de los púberes de varias generaciones y, tal vez, lo que hace que Twain se diga una literatura menor, porque éramos menores los lectores, aunque sea un deslizamiento inmerecido.
En lo siniestro, la historia del Hombre de Arena se resume, pero si recurrimos al original no puede sino sorprendernos por su extrañísima hechura literaria. El cuento se abre a la lectura con tres cartas, la primera del protagonista:
“En pocas palabras, la horrible visión que tuve, y cuya mortal influencia intento evitar, consiste simplemente en que, hace unos días, concretamente el 30 de octubre a mediodía, un vendedor de barómetros entró en mi casa y me ofreció su mercancía. No compré nada y lo amenacé con precipitarlo escaleras abajo, pero se marchó al instante.
Sospechas sin duda que circunstancias concretas que han marcado profundamente mi vida, conceden relevancia a este insignificante acontecimiento, y así es en efecto. Reúno todas mis fuerzas para contarte con tranquilidad y paciencia algunas cosas de mi infancia que aportarán luz y claridad a tu espíritu”.
La carta es contestada por otro que aquel al que fuera destinada la primera, su novia Clara, la voz misma de la razón, le indica que todo ello no son más que sus imaginerías infantiles. Nataniel responde con una tercera misiva, que tampoco dirige a Clara donde agradece sus buenas intenciones, pero aclara que no bastan.
Cuánta afinidad al Freud primero tiene este comienzo, un sujeto en primera persona relata un suceso nachtrachligkeit. Algo que que es actual y que ha de asociarse con lo ocurrido en la infancia. Esa infancia onto y filogenética que atormentada por la oscuridad y los miedos, no pudo abnadonar el joven más allá de las las respuestas tranquilizadoras y racionales que ensaya su novia Clara.
Es una locura la del joven que la preeminencia de la mirada, del objeto escópico modela como la arcilla. Bellos ojos, le ofrecía Coppola el óptico ambulante, ese infausto 30 de octubre, y el efecto de locura se produce. La parte separada del cuerpo propio, sobre la cual se produce la metáfora de la falta es el objeto, en tanto esto propio de la metáfora es rechazado y reaparece en el intercambio de dones, entonces aparece la locura. Lo real del órgano borra la metáfora de la falta. Los ojos separados del cuerpo propio colman la falta de toda mirada. Para Freud representa aquello que bordea el límite mismo de la representación. Bellos ojos, será la frase final, bellos ojos antes de precipitarse desde la torre, Nataniel. Una historia de infancia que no se ha cerrado, sino con la muerte.
Pero no es de eso que hoy venimos a hablarles, sino de una cita en expremo descuidada que es la que utiliza Freud para decir la repetición cuyo efecto de siniestro que puede decirse de otro modo, y ese otro modo, dirá Freud exagerado hasta lo grotesco, es el modo de Twain.
¿Qué es lo propio del hombre? Podríamos preguntarnos. Cocinar, cavar tumbas, honrar un nombre, tener angustia. Rabelais dirá lo propio del hombre es reir. Lo dice como lo más propio.
Hacer chistes en el sentido del witz, no del relato ready made, es un modo de tratar el significante de modo que el significante traicione, rasgue como una tela y por un instante (y nosotros junto con él) la estructura misma del lenguaje
Cómo el humor se introduce desde una provisoria paradoja, permítanme esta idea al menos por un instante. Hilo de Ariadna, serán la tragedia, lo ominoso, la melancolía y la muerte.
El modo de no llorar por anticipado lo que de cualquier modo algún día ha de perderse. O el modo de no perderse con lo perdido que es la condición melancólica.
El efecto cómico y la presencia de Twain en Freud
Un vagabundo en el extranjero es una obra de la literatura de viajes, que incluye una mezcla de autobiografía y ficción autoficción, diríamos en moderna crítica literaria, publicado en 1880. El libro detalla un viaje por el autor, con su no tan amigo Harris, a través de la Selva Negra. El objetivo declarado del viaje es hacer ese trayecto a pie. El libro es el tercero de los cinco libros de viaje de Twain y probable una continuación de ellos.
Mientras los dos hombres hacen su camino a través de Alemania, los Alpes e Italia, se encuentran con situaciones de hecho aún más humorísticas por su posición ante ellas. El narrador hace el papel del turista estadounidense de la época, en la creencia de que entiende todo lo que ve, pero en rigor no entiende nada.
Intercalado con la narración, Mark Twain inserta también otras historias relacionadas indirectamente con el viaje y se da a la invención de leyendas alemanas. Como si con las existentes no fuera suficiente.
Cuando Freud comienza con lo ominoso analiza con detenimiento los significados posibles de lo heimlich, de lo familiar, y de lo umheimlich.
Muchos años antes en Psicopatología de la vida cotidiana, lo heim ya tiene su lugar um heim en el olvido de un nombre propio, Rosenheim, cuando estaba en la estación Reichenhall, que asocia con haber estado aquella mañana en la casa de Rose, Rosenheim, la casa de Rosa su hermana más querida. Ya lo familiar y lo extraño se merecían el honor de caer bajo la represión y el olvido.
Y ya en la misma obra hay una cita a Twain pero no a un texto en particular (como sí lo hará en el chiste,) sino que cuenta una historia acerca de una representación teatral donde el actor se equivoca noche a noche en la misma frase convirtiéndola siempre en otra. La historia dice Freud, es “a la manera de Twain”, y la frase en que se trastabilla el pobre actor es nada menos que: “El temor a la muerte es un error intelectual”.
Es la repetición del error lo que hace a la historia cómica, (una noche es una errata, la siguiente un impreso, y así) para que al final nos riamos… del miedo a la muerte, como lo hace el condenado que marcha a la horca el lunes, con su “linda forma de empezar la semana”. Las semanas, como sabemos, tienden a repetirse aunque el sujeto ya no esté allí.
En lo ominoso el capítulo que cita Freud “My long crawl in the dark”, es el relato de una noche de insomnio en un hotel de un pueblo desconocido donde se habla una lengua extranjera. El narrador llega con su amigo Harris al hotel del pequeño pueblo, han caminado mucho y la idea es salir temprano al día siguiente. A las 10 están en la cama, Harris se duerme al instante, y deja a Twain en la soledad del insomnio, injuriado por el sueño de su amigo10. Luego de unos intentos semipesadillescos de dormir, el insomne comienza a sentir, en la oscuridad, los ruidos dramáticamente aumentados. Un sonido irregular perturba a nuestro personaje quien imagina un ratón que roe alguna cosa a intervalo irregular, decide localizar en la oscuridad el ruido y arrojarle un zapato que cae exactamente sobre… Harris. La situación empeora a cada momento, el insomne intenta aun perdiendo todas sus dignidades no despertar al que duerme pero mientras arroja objetos, baja de la cama e intenta recuperarlos en la oscuridad y gateando, crawl, gira sin rumbo por un cuarto que de pronto aparece lleno de muebles contra los que se choca11. Ya nada lo orienta lo suficiente, dos espejos enfrentados con el mínimo atisbo de luz no hacen sino extraviarlo. Deambulará toda la noche, por un espacio oscuro, en búsqueda de su chinela o de su zoquete, mientras su cuerpo se animaliza, a causa del lenguaje con que lo describe y se asimetriza, una chinela en una mano, la otra en el pie, la otra a la caza de lo perdido.
¿Es comicidad chaplinesca, es efecto del (discurso) significante, es ambas a la vez? Es el modo de decirlo “a lo Twain” respondería Freud, lo que convierte la angustia, el extravío, y a la vez la deprivación de la visión en un discurso que divierte y nos ahorra, como dirá Freud, de otro pasaje twainiano, compasión. El americano que intentando respetar el sueño de Harris, juega al hombre de bien, no hace más que chocar, romper y provocar estampidas de objetos nos produce risa.
En cambio, la ridiculez, el candor y la locura de Nataniel no nos ahorran nada. Ni temor ni compasión. Twain hace con un lenguaje clásico sin en apariencia artificios que una noche de insomnio se convierta en una larga caminata alrededor de nada.
Esa ceguera de la mirada, donde en Hoffman era todo visto, esa pulsión invocante que se prioriza en el eje de la escucha y del sentido (con el sinsentido que el sentido siempre lleva puesto), como los ruidos angelicales del reloj de la torre de la Rathouse12, que pasan pronto a ser un exceso cuando marcan cada cuarto de hora. Todo culmina cuando los ruidos que él procura no hacer finalmente se convierten en estruendo, despiertan al dueño y a los huéspedes del hotel casi llegada la hora del amanecer. Me permito la addenda del awfull german lenguaje, la lengua extranjera en la que Twain declara sentirse también extraviado, ese laberinto de palabras, propio de los idiomas en que se declinan y cuya acción y sentido sólo se revela al final de la frase.
¿Habrá mejor metáfora de un análisis?
Notas al pie
- I hung fire, but Harris went to sleep at once. I hate a man who goes to sleep at once; there is a sort of indefinable something about it, which is not exactly an insult, and yet is an insolence; and one, which is hard to bear, too. I lay there fretting over this injury, and trying to go to sleep; but the harder I tried, the wider awake I grew. I got to feeling very lonely in the dark
- I could not seem to find anything but furniture. I could not remember that there was much furniture in the room when I went to bed, but the place was alive with it now –especially chairs–chairs everywhere– had a couple of families moved in, in the meantime. And I never could seem to GLANCE on one of those chairs, but always struck it full and square with my head.
- I counted; then the two great RATHHAUS clock angels began to send forth soft, rich, melodious blasts from their long trumpets. I had never heard anything that was so lovely, or weird, or mysterious–but when they got to blowing the quarter-hours, they seemed to me to be overdoing the thing.