Mentira, ética y psicoanálisis
Gabriela Hirschl
Miembro de APA
El Comité Editor de La Época, encaró durante el año 2016, una trilogía sobre la mentira. La misma comenzó en el número 9 con Mentira y Subjetivación (constitución del individuo), siguió con Mentira y Lazo Social (lo colectivo o intersubjetivo) en el número 10, y en ésta edición culmina con el tema de la ética (número 11).
Como nos señala Umberto Eco: «La dimensión ética comienza cuando entran en juego los otros… son los demás en su mirada, lo que nos define y nos conforma”. Para hablar de Ética nos sumergimos entonces en la dimensión del sujeto, su constitución y los otros. Es por eso que a los psicoanalistas el tema nos convoca e interpela y es lo que nos llevó a pensar en ésta trilogía.
Pero el concepto de ética no es inmutable, está sujeto a los avatares de la época.
Freud mismo a lo largo de su obra fue complejizando el concepto, desarrolló primero la idea que afirma que de la elaboración de la sexualidad infantil parten los basamentos sobre los que se apoyan los paradigmas éticos humanos.
La sexualidad infantil por exigencias de la cultura está destinada a ser reprimida, un derivado de la represión de la sexualidad es la emergencia de ideales que, por vías sustitutivas, buscarán satisfacción. Sentimientos como asco, vergüenza, moral no son otra cosa que defensas primarias, modos de defensa frente a la pulsión.
El psicoanálisis se engarza de este modo novedoso con la propuesta del imperativo categórico de Kant (1797), al sostener que la Ética tiene su origen en la sexualidad infantil!
Freud continúa su desarrollo en “Más allá del principio del placer” (1920), incluyendo la pulsión de muerte, donde señala que el Yo ya no sólo tiene que lidiar con los sentimientos desagradables al superar los diques o la culpa que proviene del levantamiento de la represión, sino con lo traumático, lo no representado, lo irrepresentable que se nos muestra con el ropaje de lo extraño y horroroso del unheimlich.
Nuestro aparato psíquico es insuficiente respecto de la pulsión. Esta es la innovación central que trae “Más allá del principio del placer” donde Freud afirma que padecemos de un imposible que no podemos terminar de representar. Esta nueva clínica no proviene de lo desagradable o reprimido, sino de lo incognoscible, lo imposible, lo indeterminable.
La pulsión de muerte es el lugar en donde inevitablemente fracasa la estructura hominizadora del Edipo (Moguillansky R. «Ética y Psicoanalisis» 2008).
¿De que ética se trata entonces? Para el psicoanálisis de la primera tópica la tarea claramente es donde «Ello era, Yo debe advenir», hacer consciente lo inconsciente, deshacer la mentira a uno mismo que hace obstáculo para poder responder a la pregunta que formula Lacan ¿has actuado en conformidad con tu deseo? Como tan claramente nos aporta el texto del Dr. Rusconi. Por otra parte, el texto del Dr. Lopez Gomara abre la posibilidad a la pregunta ¿qué hacer con lo que no hay? Señala que «las respuestas neuróticas a la falta en ser pasa por la construcción del fantasma».
La clínica actual nos desafía con pacientes narcisistas, limítrofes, actuadores, psicosomáticos en los que la capacidad para la representación es un logro a conseguir. Para incluir la segunda tópica vale la pena preguntarnos ¿dónde Tánatos era, Eros debe advenir? (Hornstein L. «Cura y Sublimación» 1988), ya que pensamos con el Dr Viñar que es «imposible ser neutral en temas decisivos de la vida y de la muerte». Entonces ¿cómo se realiza esta operación? ¿Cual debería ser la ética del psicoanálisis?
Parece interesante, para empezar a responder, lo que sigue diciendo éste autor:
«La renuncia (del analista) de no actuar en sesión su cuerpo erótico y su cuerpo en acción, me parecen límites indiscutibles. Sólo hace excepción a este mandato cuando un terapeuta avezado utilice el acto (acting out, enactment) como herramienta preliminar y preparatoria de una posible simbolización, donde el lenguaje verbal vuelva a prevalecer.»
Afirmar que debemos despojarnos del furor curandis no debe hacernos llegar a la conclusión de que el problema terapéutico no nos concierne. Nos conmina a reflexionar sobre los objetivos del análisis, para lo cual interrogar los ideales en juego tanto de la cultura como de los analistas es necesario. Para recuperar una subjetividad capaz de pensar el presente, superando la decepción postmoderna luego de Auschwitz (A. Touraine), la crisis de la razón, el vacío (G. Lipovetsky), la decadencia del optimismo tecnológico y científico, las dificultades de pasar de un mundo sólido de seguridades a uno «líquido» de incertidumbre (Bauman Z.), todos ellos promotores de un individualismo exacerbado.
El psicoanálisis no debería adaptarse demasiado al espíritu de la época (Zeitgeist), por el contrario debería oponer a la lógica de la desesperanza que parece imperar y no es mas que puro cultivo de pulsión de muerte, la lógica de la esperanza (Green A.). Es el desafío ético del psicoanálisis contemporáneo, incluir en el trabajo analítico además de la transferencia clásica (repetición invariada de un cliché) lo que permita el surgimiento de lo no representado (la pulsión) que no llega al campo de la palabra y se descarga en el acto o en el soma.
Contamos además de la colaboración del Dr. Rusconi, el Dr. Lopez de Gomara, y del Dr. Viñar arriba mencionados, con la de los siguientes psicoanalistas:
Dr. Dario Arce: Que nos propone sostener una diferenciación entre moral y ética, que desde el psicoanálisis comprometen a la instancia psíquica que denominamos Superyo. La moral la reserva a la acción de un S-yo arcaico sin elaboración, incapaz de contextuar sus creencias, sus consecuencias son el sentimiento de culpa, que busca reparación de daños a través de autorreproches. La Ética, en cambio, sería producto de un superyó transformado que permite colocar las ideas y los hechos en contexto y llevar adelante una reparación responsable. Hace que el sujeto se acerque a quien desea ser e incremente su autoestima, realizando un efecto inverso al que genera el sentimiento de culpa.
Kantor D. Nos recuerda que el objeto del psicoanálisis no es el pasado histórico vivido por el paciente sino el pasado re-construido, o mas bien construido por el análisis (Freud,1938). El analista debe reconocer su posición de poder que lo obliga a una responsabilidad ética frente al paciente en el proceso de un cura, ya que implica la reescritura (por parte del analizante) de su historia y la transformación subjetiva del paciente.