¿Es posible dialogar con un fanático?

José Eduardo Fischbein, APA

Comienzo estas reflexiones con un interrogante resultado de las dudas y los cuestionamientos que marcan mi camino frente a las certezas que sostiene el fanático. Parto de un supuesto basado en la observación de que la interacción intersubjetiva es casi imposible de establecer con un fanático, quien generalmente se siente como un sujeto activo y defensor de un monólogo que sostiene de forma imperiosa. Monólogo en el que además intenta vehementemente involucrar a su interlocutor.

Mi pregunta es por qué el fanático se empeña en persuadir al otro de que su idea es incuestionable, y lo hace de un modo avasallador. ¿Por qué el fanático necesita sostener, con toda su convicción, su creencia no admitiendo dudas acerca de ella? Comprobamos que el diálogo crítico y ecuánime queda excluido al hablar con quien no puede escuchar y solo tiene
por objetivo imponer su punto de vista. Se convierte en el portador de undiscurso único y adopta como su misión instruir a su semejante y ganarlo como adepto a su causa. Podemos inferir que su objetivo es lograr algún tipo de salvación.

La defensa irreflexiva de una idea, cuyo núcleo es un anhelo de protección del sujeto que la formula, acompañado por su diferenciado entorno social, excluye las nociones consensuadas y compartidas por el contexto general. Esa idea específica, característica de su propio grupo adquiere cualidades mesiánicas, tornándose en una defensa frente al dolor inherente a la condición humana, que involucra la ausencia de la fantasía de completud. La cualidad mesiánica se corresponde con un posicionamiento narcisista que niega el reconocimiento del otro, portador de concepciones diferentes; es decir, el otro como distinto de mí.

El fanático se muestra intolerante a reflexionar sobre sus certezas, intenta implantar sus ideas, desde las que pretende una solución para los males –que según su particular visión–, afectan a la sociedad. Supone que sus ideas son la tabla de salvación para una sociedad que considera enferma por haber perdido valores que él intenta recuperar desde un pasado idealizado y su objetivo es volver a instalarlo en el futuro. Intenta prevalecer con sus ideaciones como una forma de re-establecer un sistema dentro del cual cualquier problema societario quedará resuelto y reconstruirá una realidad sin conflictos.

El fanático puede sostener ideaciones políticas, religiosas y por qué no científicas. Son dogmas que no admiten contrastación y son adoptados como verdades absolutas. Son un entramado de ideas enunciadas con tal coherencia y convicción que rechazan toda posible confrontación.

El objetivo del fanático es lograr la desmentida de la frustración que produce lo incompleto y lo diferente y declararlos in-existentes. En este combate prevalece el pensamiento mágico que atempera las pérdidas sufridas y el desconsuelo de origen infantil. El pensamiento del fanático se sostiene sobre creencias precarias que falsean insistentemente la realidad y facilitan la reubicación del sujeto fusionado con algún objeto ubicado en la posición de ideal.

Otro interrogante que el fanático nos plantea está relacionado con el modo en que se sostienen estas ideaciones y se hacen compatibles con el devenir del sujeto que refuta y prescinde de ciertos valores que se encuentran por fuera del grupo al que él adhiere. Una acción
muy importante para estas personas consiste en sancionar sus propias ideologías reivindicatorias.

Denominamos ideologías reivindicatorias a un conjunto de ideas que se presentan como una unidad imposible de fragmentar en sus componentes parciales sea cual fuere el sistema de análisis. Dichas ideas caracterizan a su creador en tanto que tienen la particularidad de colocarlo en la posición de reclamar o recuperar un derecho que siente que le pertenece, y justificar sus actitudes inexorables e imponer sus necesidades. Los sujetos que mantienen estas ideologías como soporte de sus vínculos e inserción en la sociedad, actúan desde una supuesta legalidad. Una legalidad incontables veces creada por ellos mismos y actuada en privado. Al implementarlas tratan de recuperar un estado de bienestar perdido por obra de su tensión endógena, y aún a costa de su propia integridad ya que muchas veces terminan en actos auto-agresivos.

Su argumentación se basa sobre alegatos cuyo núcleo es un pensamiento que podría expresarse de la siguiente manera: «A mí me corresponde hacer esto porque sufrí tal o cual daño y puedo y debo recompensarme a través de tal o cual acción. Esa acción que usted puede tomar como errónea a mí me cabe ejecutarla» .

Por lo general, intentan involucrar y aliar al interlocutor en su proyecto privado para respaldar su accionar, convalidando alguna norma que, aunque sus instancias críticas les marcan que es transgresiva y, por lo tanto, lesiva para sí o su entorno, de todos modos necesitan llevarla adelante compelidos por la ilusión de desembarazarse de su tensión.

Desde una supuesta pertenencia a una minoría que se considera perjudicada, exigen una demanda de ser exceptuados de las exigencias legales del consenso. Forman pequeños grupos en los cuales la participación se sustenta en la convicción de que entre ellos circula tal o cual cosa, siempre vinculada al mesianismo salvador. Se sienten ubicados en una posición marginal, por la pérdida de algún don que suponen que el resto posee o ha sustraído y que permitiría eludir la angustia. Sus actividades son intentos de resarcirse de tal falta. Ubican lo que no pueden dejar de anhelar en el lugar de lo faltante, tratando de lograr algún estado ideal de completud.

Las ideologías reivindicatorias constituyen el fundamento intelectual de los procesos de desmentida y desestimación de los límites del sujeto. Son formaciones racionales sostenidas por la sobreinvestidura de la conciencia a los efectos del repudio del conflicto inconsciente e instauran la ilusión de un estado paradisíaco de goce y garantía del sujeto que es portador, militante y rehén de ellas. El fanático defiende a ultranza la necesidad de un objetivo que es concreto y fijo; es decir, no intercambiable por los desplazamientos simbólicos que ilusoriamente completarían lo faltante.

Es importante destacar la ausencia o adormecimiento de los criterios de autoconservación, por eso el sujeto se puede involucrar en situaciones que lo pueden poner en riesgo. A través de esta forma de pensar, quedan desvirtuadas y desautorizadas las evidencias que su propio aparato perceptual le marca y busca apoyarse en una complicidad negadora compartida por su grupo.

Cuando sus ideaciones se constituyen en los representantes más poderosos del objetivo de la actividad cotidiana del sujeto, nos preguntamos si es el sujeto quien abusa de ellos o es abusado, desde una superestructura que le brinda esa oferta y que necesita de él para sostenerse.

En el campo de quien abusa o es abusado operan situaciones fusionales, en las que se termina perdiendo la discriminación entre sujeto y objeto. El límite entre ambos comienza a ser impreciso, como así también la dirección de la intención del vínculo. Un nuevo interrogante es si se inicia desde un sujeto con un terreno predispuesto o desde una presión externa que vulnera su integridad y que genera sensaciones ambivalentes entre la necesidad idealizada y el odio por la extrema dependencia.

Para poder mantener el restablecimiento del objeto idealizado y permanecer en esa posición, el fanático se mantiene fusionado con dicho objeto de manera de eludir las frustraciones cotidianas, inherentes a la vida, que amenazan con la pérdida del lugar ideal y reinician el circuito regresivo que enmarca al sujeto en lo demoníaco de la repetición.

Volviendo a la pregunta inaugural de este escrito, queda en claro que la fusión del fanático con su ideal hace imposible una interacción abierta, porque la tolerancia en relación con el semejante implica una actitud de libertad e igualdad que respeta la idiosincrasia individual.