Ese inútil combate…


Juan Pinetta, APA

Este es un simple ejercicio reflexivo ante la invitación a escribir sobre homosexualidad. Y empiezo sosteniendo que cuando las primeras impresiones afectivas han dejado en el sujeto marcas que lo vuelven un ser deseante de repetir ese encuentro, en un desplazamiento que lo remitirá a un otro que semblantee y reverbere de alguna manera ese origen afectivo y necesario, la lucha contra éstas se vuelven vanas, tal como Marguerite Yourcenar nos trae, transmutada en escritora que adopta un personaje masculino, Alexis, en su tratado del inútil combate sobre ese acontecer en la vida de alguien que no puede negar más, mentirse más, ni a él, ni a su esposa ni al mundo, acerca de que las gotas arden sobre otras piedras calientes, muy alejadas del monte de Venus.

Lucha que se vuelve inútil no porque se concrete la moción pulsional, sino porque ésta ya está cumplida. Lo demás es cuestión de defensas e inhibiciones por un lado, de realizaciones y plenitudes en la intimidad con un otro; y en el extremo inverso reivindicación y militancia, con sus mostraciones de barricada.

En la larga carta que Alexis escribe a su esposa, luego de tres años de matrimonio, va desgranando a cuentagotas sus impresiones infantiles, adolescentes, sus identificaciones, sin haber habido abuso de por medio, ningún forzamiento ni violencia. Tan solo, la plasmación suavemente decantada de una sexualidad que anhelaba un tipo de objeto: un hombre, no cualquiera tampoco, sino cargado de belleza y pureza. Y… así sucede con muchísimas experiencias de vida. ¿Podríamos poner en discusión la ausencia del padre como anhelo en la historia de Mónica y Alexis? No lo sé. No se puede generalizar.

Pero, ¿es que entonces se pone en tensión un destino heterosexual del complejo de Edipo, salida para el varón y entrada para la mujer? No, entendiendo que -a final de cuentas- se trata de identificaciones que incluyen la diada madre-padre, y sin desestimar que el primer objeto de amor es la madre, quien aporta deseo, tibieza, ritmo en el pulsar del corazón, ternura, mirada, sostén psíquico, físico y nutricio, seguridad, y que aparece la terceridad generalmente representada por un papá que encarna la ley del padre, cuya presencia marca un drama en la simbiosis primera, pues la mirada de la madre se dirige a ese otro, que no necesariamente, debe ser el padre biológico… pero que también puede aportar todo eso. Dos cosas importantes que no puedo dejar de lado en estos aportes: la pregnancia que ha tenido el deseo del sexo del bebé antes de su concepción por parte de los padres; como así también la conversión en objeto libidinal y anti depresivo del hijo por parte de algunos de los padres cuando ha dejado de haber amor entre estos.

Clásicamente se sostiene que la niña, mujer en devenir, anhela, tras la afrenta narcisista de la carencia de pene, un hijo del padre como compensación frente a la afrenta materna que no la dotó de tal instrumento. Como con el padre no puede, ¡entonces a rodar fuera del vínculo sanguíneo! Un rodar exogámico que va a quedar prendado por el amor de ambos progenitores. Para la mujer, la amenaza de pérdida de amor del padre sería el correlato frente a la amenaza de castración para el varón. El varoncito, so pena de perder su hombría -amenaza de castración- será como el padre -devenido de rival a modelo-, un buscador que quizás dé con una otra mujer que salve en algo la distancia con su madre.

Pero todo esto es muy imaginario, categorial, y las cosas no son así. Cada psiquismo tiene su propia historia, su propia construcción. Los dados caen de formas diferentes para cada uno, y lo peor, sólo algunas caras de los dados llevan numeración, siendo la combinación resultante casi imposible de prevenir. Esto es, series complementarias: es decir los -1)- “factores congénitos y hereditarios”, -2)- las “experiencias infantiles” y -3)- las “predisposiciones” que tendrán efecto ante factores actuales o desencadenantes, con sus efectos retroalimentadores -o repetitivos-.

Series complementarias que tienen su sello epocal en la configuración de la historia del sujeto, a través de sus identificaciones, no sólo a los agentes primarios que configuran los actores de la novela familiar, del Edipo (en términos de terceridad) y complejo fraterno, sino también a las modalidades vinculares, de vinculación.

Estamos hablando entonces de dos cosas muy diferentes: de un hombre que por constitución biológica lo es, y de una mujer que también lo es por el mismo motivo. Pero… ¿es que un varón y una mujer quedan ubicados en esas categorías biológicas? La diferencia anatómica es el destino de un devenir… singular. Hace rato sabemos que lo biológico no es per sé categorial, la clínica es soberana y lo que los pacientes han traído a lo largo de los años demuestra la certeza de aquello que marcaba Freud, acerca de que en la cama -como en el psiquismo- dos son mucho más que dos.

Se juegan identificaciones múltiples, poniéndose en relieve la constitución bisexual del psiquismo: fantasías de tríos (¿introducción en la escena primaria?), estar con una persona del mismo sexo (¿darle un hijo al padre?), de tener relaciones cierto parentesco, con sus consecuentes sufrimientos y remordimientos por tales pensamientos, deseos.

Entonces, hay gradientes en relación a una mayor o menor identificación y posicionamiento frente a esos primeros objetos que marcan y fijan el deseo (que tiene sus defensas) y el goce (que siempre se satisface), que como psicoanalistas sabemos que no tienen porqué ser inconmovibles, más allá de que a veces es conveniente llegar a ser advertidos de sus múltiples motivaciones inconscientes cuando hay sufrimiento, a tal punto que podría arriesgar a decir que la homosexualidad como tal, no existe, más allá del fenómeno de una elección franca de objeto del mismo sexo.

¿Y por qué no existe? Justamente porque los condicionantes de la elección nunca son los mismos. Esta elección puede ser por narcisismo: no es casual que muchos homosexuales añoren el cuerpo infantil perdido, buscando en estas relaciones una gratificación narcisista en una vana recuperación del tiempo propio; también al enigma (el don) que porta la otra persona del mismo sexo como vía de acceso a otra; simplemente por amor, queriendo a alguien que tiene un brillo particular para uno, produce admiración, o que devuelve lo mismo anhelado, en esa reverberancia de la cual se da cuenta uno que nunca cumplirá con el precepto de la media naranja, aceptándose la incertidumbre del vínculo, el deseo nunca colmado.

Otra cosa son las marcas de abusos que violentaron la relativa libre elección en el decurso evolutivo psicosexual del sujeto, sometimientos por familiares o adultos –incluso vivencias con pares, donde los adultos han estado ausentes en su función reguladora-. Estas situaciones en general llevan a compulsiones, situaciones de sufrimiento, que no tienen un sello particular, pero producen mucho odio. En estos casos se podrá metabolizar, analizar, procesar, a diferencia de lo sucedido con nuestro querido Alexis, quién ha sabido ser para un otro. También este tipo de elecciones puede deberse a inhibiciones, temores neuróticos a abordar al otro sexo (¿un temor terrible al padre? ¿A la madre?)… en este caso, podría tratarse también de un homosexual que quiere ser heterosexual. La clínica vuelve a ser soberana en este tema puntual.

Variando el enfoque, debemos recordar que los vínculos fraternos, con los pares, las amistades con personas del mismo sexo, están imbuidas de cierta libido, por lo tanto, homosexual, sublimada. A veces, bueno, la libido puede irse al extremo.

Al menos en el acaecer social cotidiano, hoy ya no es común ver que se asocie perversión (en el sentido de enfermedad) con homosexualidad. Y así lo pensamos muchos psicoanalistas, independientemente de que muchas personas lo sigan sosteniendo. También, para evitar confusiones, hay que saber diferenciar muy bien lo que en psicoanálisis llamamos posición “perverso polimorfa” de lo que es “perversión de perversidad” (noción que remite a malignidad, es el uso y abuso de un sujeto tachando su ser y subjetividad).

Se supone que el sujeto que se mantiene en una posición “perverso polimorfa” no ha superado las etapas anteriores a la conjugación genital de las pulsiones, pero esto no significa que no haya logrado las tres condiciones que para mí son determinantes de cierta evolución psíquica: el reconocimiento de la diferencia sexual anatómica (relacionada con el principio de realidad compartida), la existencia y la consideración por el otro sujeto (inter dependencia en la comunidad) y la diferencia de generaciones (paso del tiempo, castración inexorable).
Pero, ¿es acaso que un heterosexual neurótico -sufriente- ha superado todas las etapas de evolución infantiles? No.

De hecho, el perverso de perversidad puede ser un heterosexual hecho y derecho; puede comulgar en su templo de marras mientras por otro somete a menores de edad u ordena arrojar gente en vuelos de la muerte, sojuzga a los suyos, etc. Esto sí es una estructura francamente perversa, sociopática, psicopática, donde el otro no cuenta como parte de una comunidad, sino como mero objeto de sus designios, incluso de sus posiciones categoriales (lógicas de rotulamiento DSM y genético patológicas), sobre lo que volveré al final.

En relación al psicoanálisis, debemos recordar que Freud fue un hombre que en su elaboración teórica escribía mientras ponía en cuestión eso mismo que plasmaba, de tal modo que sus posicionamientos sobre éste y muchos otros temas han cambiado en el decurso de su producción. Partiendo de la base que nuestra ocupación sigue siendo de alguna manera aliviar el sufrimiento humano (no de cualquier forma), haciendo que el sujeto pueda amar sin tanto trabajo y que pueda lograr placer en el trabajo, la cuestión de si patología si o patología no queda radicalmente de lado… salvo cuando hay síntoma egodistónico, y esto es para cualquiera.
Sobre la anormalidad de la homosexualidad, esto parece en algunos trabajos una cuestión estadística (Ref.: Claudio Kairuz), mientras en otros la vincula a un estancamiento libidinal separado de otras que han evolucionado, siendo estas últimas, por ejemplo, el miramiento y el cuidado por la humanidad del que dispondrían especialmente, destacaba Freud; sin olvidar la petición para despenalizarla en a principios del siglo pasado en Alemania y Austria: “Las personas homosexuales no están enfermas” (1903, Die Zeit). También, en una carta a una madre norteamericana que quería transformar a su hijo gay, signaba:

Lo que el psicoanálisis puede hacer por su hijo ya es cosa diferente. Si es desdichado, neurótico, si vive desgarrado por sus conflictos e inhibiciones en su vida social, el análisis puede traerle armonía, tranquilidad mental, completa eficiencia, ya sea que siga siendo homosexual o cambie.

En una respuesta conjunta con Otto Rank, le respondía a Jones, ante la decisión de no aceptar a un homosexual como candidato a psicoanalista:

Su pregunta, estimado Ernest, concerniente a la posible calidad de miembros homosexuales, ha sido considerada por nosotros y discrepamos con usted. En efecto, no podemos excluir tales personas sin tener otras razones suficientes, así como no estamos de acuerdo con su persecución legal. Sentimos que en tales casos una decisión debería depender de un cuidadoso examen de otras cualidades del candidato.

Para ir finalizando, creo que en algunos discursos sostener que la homosexualidad es una enfermedad, un desvío de cómo debieran ser las cosas, puede adquirir el estatus de una violencia extrema, primando un discurso que encarna el intento de someter y alienar al otro en su elección, desconociendo y borrando su subjetividad. Es un acto tan violento como un abuso franco, que deja marcas imborrables en el sujeto y que -según algunas posiciones que comparto- han sido causa de muchos delirios persecutorios, que en realidad poco han sido delirios (recordemos las persecuciones del Medioevo, y las actuales que vemos en algunas regiones donde son ejecutados).

A veces, esta persecución no es otra cosa que la proyección de aspectos homosexuales propios cuyo reconocimiento, alojamiento en la propia conciencia, causaría horror al actor. En otras, la imposibilidad de aceptar la libertad de elección, de lo diferente (muy distinta a la llamada compulsión de la defensa de la diversidad, que adquiere a veces características fascistas). También aparece el intento de configurar clasificaciones patologizantes en prácticas de micro y macro etiquetamientos y predeterminismos de traza biológica y lógica del DSM, sinónimos de imposibilidad de cambio, negación del psicodinamismo y a la vez imposibilidad de reconocer y aceptar las diferencias.

En tiempos de supuestos cambios, además de que la aceptación de homosexuales en la IPA se aprobó hace algunas décadas (y no sin resistencias actuales), la Organización Mundial de la Salud ha quitado a la transexualidad de la nomenclatura de ‘enfermedades’, aunque la catalogará como ‘incongruencia de género’.

Así las cosas, cuestiones para seguir pensando… ¡la sexualidad nunca nos dejará tranquilos! Perseguir ese fin es un inútil combate.