Lo íntimo de la creación del escritor al lector

José Eduardo Fischbein, APA

A partir de mis incursiones en la escritura, y evaluando mi experiencia, propongo hacer algunas reflexiones sobre el tema. Pondré énfasis en algunas ideas desde las que intentaremos aprehender al fenómeno de la escritura. Fenómeno que en la actualidad se encuentra en constante revisión, cambio y evolución presentándonos exponentes que nos desubican frente a las concepciones clásicas.

La escritura encierra un núcleo que quisiera exaltar: es la zona inmaterial compartida que nace en un entredós, entendiendo por tal al tejido vincular que se urde entre dos universos. El universo de quien escribe y aquél de quien lee lo escrito. Un entredós que surge de las impresiones, sensaciones y vivencias con la intención de captar los sentidos de las imágenes, situaciones, textos o palabras y sonidos, a fin de llegar a conocer algo de los mundos posibles y de la intención del escritor de plasmarlo y compartirlo con otro.

Lo escrito genera una intimidad entre ambos personajes – escritor y lector- quienes conforman una adhesión íntima que involucra un pacto, que se constituye en una fuente de gratificación, un secreto entre ambos, ya sean las dos personas o entre una persona y el talante creado por la lectura.

Agrego a lo antedicho la intimidad que se da al leer un texto y los intercambios emocionales con quien nos acompaña imaginariamente, es decir el escritor e incluyo también, a otro nivel, la experiencia íntima y reconfortante del escritor con su objeto de creación.

Son estados muy particulares de placer o conflicto que se devienen en una íntima sensación de integridad del ser. Describiré estos estados como los “refugios simbólicos de la dupla escritor/lector” aunque también pueden ser extensivos a cualquier creador del campo cultural y haré algunas puntuaciones sobre el mismo.

El escritor (creador) genera un conjunto de ideas, situaciones, escenas que generan estados emocionales, sentimientos y pensamientos internos de su persona. No hay nada más íntimo y secreto que una fantasía, mucho más si encierra una escena o preferencia sexual, y este universo puede ser trasmitido por la escritura. Esta intimidad, esta privacidad trasmitida en un escrito posee distintas acepciones dependiendo de las culturas y los individuos. La intimidad de una fantasía es la preservación de lo más propio sujeto y sus actos, no obstante, puede compartirse con el resto de seres humanos a través de la escritura.

Desde un escrito se invita a compartir una privacidad, aquello que una persona lleva a cabo en un ámbito reservado (vedado a la gente en general). Un sujeto, por lo tanto, tiene derecho a mantener su privacidad fuera del alcance de otras personas, asegurándose la confidencialidad de sus cosas privadas, al ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión, como la zona espiritual reservada de una persona o de un grupo y que con la escritura se decide participar con el otro. En la escritura algo de eso íntimo se decide compartirlo con el otro.

Si bien el momento de la gestación de un escrito puede estar caracterizado por un repliegue del escritor sobre sí mismo, estado de una infranqueable intimidad, la escritura es siempre intersubjetiva en el sentido de que su manifestación contemplaría no sólo al creador, sino también a quien está dirigida su producción. Frecuentemente, y sobre todo en la actualidad, la obra necesita tanto de su creador como del discurso de otro que permita la emergencia de su sentido y la expresión de su propia voz.

La voz de la literatura es la que es dicha por otro, cuyo discurso se genera en el fondo de un espacio compartido. Puede haber concordancia o disenso, pero el texto acerca de lo creado da acceso al universo simbólico compartido.

Cuando un escritor crea un texto, no es habitualmente consciente de lo que quiere decir su obra. Ésta cumple una función catalizadora en el pensamiento del otro y el decir del otro, en tanto receptor y codificador, lo convierte también en autor, otorgándole a la obra un significado que la transforma en un objeto grupal legitimado. Entra así a formar parte de un discurso del mundo exterior al que sus representaciones pertenecen.

Volviendo a la producción escrita, sólo si la obra permite quebrar convencionalismos y estereotipias permitirá un cambio en el campo cultural. El escritor libra una lucha mortal contra la rigidez de los procesos repetitivos y de imitación cuando establece un nuevo lenguaje que corta con el efecto devastador de la repetición. Éste es el fin último de la escritura, que, en el interjuego entre el escritor, el crítico o el lector adquiere voz propia. Estos textos originarán movimientos que producirán dicho cambio cultural. Lo que “dice” un escrito se completa al ser ubicado en un contexto tanto temporal como social, y allí adquiere identidad y genera su propio tiempo.

El discurso social es sabio, ya que expresa no sólo lo manifiesto sino también el sentido oculto, aunque capaz de ser develado, de las producciones literarias de cada momento. La imaginación de los artistas crea materias que impactan la percepción; generan indicios, signos que engloban no sólo al acto del escritor y su lectura de lo social, sino además la percepción por parte del lector y sus interpretaciones. Es una interacción necesaria para que un texto se complete y se sitúe en cada momento histórico. Por lo tanto, ubico al espacio íntimo de la creación dentro de una relación del sujeto inserto en lo social y en la interacción de su mundo interior con el contexto que lo rodea.

Ningún texto está terminado desde la perspectiva de que siempre se le puede otorgar un nuevo sentido, una nueva lectura y además en cada momento de la cultura tendrá otra interpretación. Distintos textos aúnan las expresiones de una época. Las palabras no son ni anteriores ni posteriores, sino que se gestan durante los cambios culturales y explicitan sus sentidos.

El “durante” incluye una temporalidad que no admite ser cristalizada. Las palabras permiten cambiar el sentido de lo anteriormente creado. El psicoanálisis lo explica con el concepto de Nachträglichkeit, que revoluciona la esfera del funcionamiento mental al admitir la posibilidad de nuevos sentidos, de nuevas inscripciones en el tiempo.

Todo escrito adquiere autonomía respecto del autor que desaparece tras él. Sus destinos se separan. La obra cobra vida propia y atraviesa las fronteras del sujeto; siendo un mediador que permite el pasaje del sufrimiento inherente a lo humano hacia un devenir que intentará rescatar la vivencia placentera de la apreciación de lo escrito. El escritor es un conquistador de diferentes terrenos al abrir nuevos caminos porque rompe la inercia petrificada de los sistemas establecidos y disloca un orden instituido y prevalente que ha sido cristalizado. Es un rebelde que siempre intenta, lográndolo o no, producir un cambio que amplíe los horizontes de un mundo.

Con lo nuevo se ubica en los vacíos de la cultura, contribuyendo así al acompañamiento de todo humano, quien como lector se transforma en copartícipe de la creación. En el camino de sortear el dolor y la angustia de su propio fin, el escritor y su producción simbólica se dirigen a contener angustias, superar crisis y mostrar las paradojas del sujeto y de su tiempo.

Reitero, lo que planteara anteriormente en relación a que el escritor, como creador, vive en un retiro simbólico que tiene dos fuentes; por un lado, la necesidad de escapar de la tensión impuesta tanto por lo proveniente de lo real, como de sus conflictos inconscientes; y, por el otro, la necesidad de hacer algo para disminuir dicha tensión y el sufrimiento que le acarrea. Parte hacia lo desconocido con la ayuda de su imaginación en el intento de descubrir un lugar propicio para refugiarse en él, compartiéndolo en intimidad con quienes abonarán su trascendencia.

En el reino del retiro creador se dan para el escritor, movimientos internos en los que la tolerancia a la regresión, al desorden, a la incertidumbre, al desconocimiento, a la ambivalencia y la confusión que es acompañada por una posición dialógica con las voces internas que sirven de constante interlocución y consolidan su producción. Esto lleva a poder transitar emociones sin eludirlas, modificando la realidad a través de la producción de otra realidad representada por la creación plasmada en la escritura. Y todos estos procesos se cumplen en la íntima intimidad del escritor con su obra.

En su exilio creador, el escritor pasa por diversos momentos. El primero es el que lo lleva a la gestación de su obra; un momento inicial de frustración, ya que se crea sobre un objeto aún ausente, en un vacío que intenta resolver, con la expectativa de proyectarse hacia el placer de lo que advendrá – lo creado – que le restaura una gratificación imaginaria ante lo que previamente lo sumía en el sufrimiento.

Una difícil tarea en este recorrido es no caer en el canto de las sirenas de repetir lo ya conocido y dominado, que lo llevará al fracaso de la repetición. En su posición de creador intenta llenar el vacío que aterra al humano, el vacío de lo innominado, de lo repudiado, y de la muerte. Su trabajo es darle forma al vacío para que éste sea tolerable; en este vacío, la escritura se convierte en acompañante del humano para que sortee su dolor.

El segundo momento, muchas veces triste y atormentado, es el de la cesión de la obra al lector, el otro se convierte en receptor y dueño. Su obra ya no es más suya, le pertenece al universo de la cultura, pero le otorgará el beneficio de la trascendencia. Cada escrito que presenta un escritor invita al espectador a desplegar una ficción – un texto propio – con significados y secretos.

El secreto debe seguir yaciendo en su escondite para poseer la ilusión de lo por venir, de la eternidad. Sólo el fantasma de lo que aún no ha sido hallado, asegurará el retorno al sueño de encontrar lo eternamente inhallable. Hallar la fuerza de la creación, hallar la fuerza de la transformación de la realidad, la fuerza que da vida que elude la muerte.

Con la escritura se evitaría la repetición de aquello que de una u otra forma siempre retorna desde las sombras. Es una de las modalidades de transformación de lo doloroso en una situación nueva que cambia lo adverso en la esperanza de la gestación de nuevos objetivos placientes.

El texto residuo de la polifonía – dentro de la cual se mueve el sujeto – cumple con una doble función: la de preservación y protección frente a lo puramente perceptual y la interpretación de los estímulos de lo que se admitirá a posteriori como un aporte a su interioridad.

Como conclusión: la escritura creativa no sólo es el aporte de algo nuevo, de algo que nunca se había escrito, sino que necesita la base de lo que le antecede y el reconocimiento de su valor por parte de otros cuyas voces le otorgan su lugar. Nunca deja de producir nuevos sentidos en el devenir del tiempo, y esto es lo que sustenta su vigencia. Jamás está concluida, sino que quien la recibe es el que intentará completarla a través de otorgarle nuevos sentidos. Una vez creada, se recreará en cada nueva lectura, en cada nueva interpretación. Así es como deviene independiente de su autor y adquiere vida propia.

El escritor es el conquistador de nuevos terrenos que serán entregados para ser habitados por los sueños de la gente, intentando dar expresión a las necesidades de las conflictivas de su época. Su producción está dirigida a superar crisis y contener angustias, y mostrar las paradojas de su tiempo. Su trabajo es darle forma al vacío para que sea tolerable; en este vacío, las palabras se convierten en acompañantes del humano para que sortee sus sufrimientos.

La escritura trasciende la finitud humana de su creador. De ahí que la temporalidad que lo signa no depende de la persona sino de su creación, cuya temporalidad extendida eventualmente transformará al escritor en inmortal.