Peste contra peste

Diego López de Gomara, APA

Laura está angustiada.1 Su hija de 9 años está con su padre en otra provincia. Menos de 300 kilómetros de distancia los separan. Laura siempre tuvo una buena relación desde que se separaron con Marcelo, el padre de Inés. Coincidieron en las normas generales y particulares de la crianza de la hija en común, sin disputa alguna durante varios años. En cuanto leyó la noticia sobre el aislamiento social obligatorio, como forma de control de las epidemias desde el Medioevo, lanzado por el Gobierno Nacional, sintió una separación brutal y absoluta entre ella y su hija; separación a la cual le dio una marca de eternidad. Una voz le decía que la distancia física debía ser resuelta sin ninguna demora o ya nunca.

Laura se apresuró a llamar a sus amigos y a tratar de conseguir un permiso que avale la “excepcionalidad de su situación de padres separados” para poder transitar entre provincias e ir a buscarla en una arremetida automovilística. La aparición de un real, un acontecimiento inesperado, en pocas horas destruyó en ella el concepto de diacronía, de deslizamiento, fluidez y cambio del estado de las cosas a lo largo del tiempo. La solución debía ser instantánea. No en los próximos días, ya. Imposibilidad de esperar. Algo similar a aquellos que compran toneladas de alimentos en los supermercados.

Los abuelos y bisabuelos de Laura habían transitado por guerras que habían significado separaciones prolongadas, despedidas para siempre y sufrimientos. La mitología familiar estaba inserta en ella, y a partir del Covid-19 se le materializaba casi como una copia exacta a través de papel de calcar.

La novedad de un real, un imprevisto, que justamente marca y muestra lo no eterno y el cambio del estado de las cosas, de manera paradójica actualizaba o hacía salir a la luz el tiempo detenido o eterno del interior de Laura. Mientras el mundo está conmovido por el acontecimiento coronavirus, y su novedad, Laura solo puede ver un fantasma personal inconsciente de separación, despedida y ruptura de vínculos. Fantasma que la tomó desde niña y que ni siquiera se basaba en sus vivencias sino en las de otras personas que la antecedieron.

Contamos un caso muy singular, nada trágico, aunque vivido como tal, que muestra una reacción general a los acontecimientos imprevistos. La irrupción de algo nuevo, de una crisis, de algo no comprendido que genera miedo, significa en la mayoría de los humanos un retroceso a sus pensamientos más antiguos, y más dejados de lado, en el archivo de los recuerdos. Algo así como un hombre entrado en años que ante una separación amorosa sufrida e imprevista buscara en una antigua agenda el contacto de su primera novia. Lo más nuevo, sorpresivo, ignoto, incierto llama a los más antiguo, al mito personal, generalmente trans-individual. Extraño contacto del futuro menos pensado con el pasado más asentado. La peste, la epidemias y pandemias, el Covid-19 alcanzan con la velocidad de una flecha está lógica: unen lo incierto del devenir con lo más ancestral. En una ocasión como la relatada, el caso Laura, su fantasma personal reavivado por la peste implicará una transgresión o excepción, innecesaria, y de riesgo social, ante el caso de una niña que podía tranquilamente pasar unos días más con su padre hasta que las aguas de la realidad se aclaren. Otras personas conducidas desde sus miedos ancestrales pueden producir ante imprevistos y situaciones de miedo heridas sociales todavía mucho más grandes.

(A propósito, la epidemiología más esclarecida pareciera decirnos, por ejemplo, a través de Neil Morris Ferguson del Imperial College de Londres, que el tratamiento de esta epidemia deberá ser tratada con el manejo preciso del tiempo, del tiempo social. Ni detenimiento ni dejarlo fluir. Aperturas y cierres del mismo como un acordeón, plenitud de aire social y luego cierre firme. Cuarentenas que se abrirán y cerrarán según la cantidad de casos que vayan apareciendo y la posibilidad sanitaria de sostenerlos. Un ciclo de cierre, y luego de actividad social y colectiva, un intermitente, absolutamente inédito, pareciera entrar en la subjetividad. No detenimiento, ni congelamiento definitivo, ni fin de mundo, ni nuevo mundo, ni caída del capitalismo, ni avance de las derechas, ni sensacionalismos, sino por ahora, lo evidente y empírico a asimilar es un cambio de ritmo. Freno de la actividad, posible apertura, nuevo freno.)

Mientras los matemáticos en biología, los epidemiólogos y los científicos sociales, fabrican nuevos modelos significantes (alguna de estas producciones es seguro que funcionará, muchas se desecharán), para asimilar el nuevo fenómeno de la manera menos deletérea posible, la mayoría de los seres humanos responden a las nuevas pestes con su mito personal. Lo mismo, evidentemente, puede ocurrir con los más avezados científicos si no están un tanto advertidos del mismo.

Eran dos. No tres. Todavía no estaba China como potencia. La rivalidad era solo entre Europa y Estados Unidos. Mientras llegan a New York en 1909 para dar unas conferencias en la Clark University, Freud le dice a Jung: “Se sorprenderán cuando sepan lo que tenemos que decir”. Lacan, en 1955, hace hablar a Freud y lo dice de otra manera; según él, Lacan, Freud habría dicho, en cuanto tuvieron a la vista el puerto de New York y la estatua de la libertad iluminando el universo una frase muy fuerte. La frase fue: “No saben que les traemos la peste”. Eso que Freud tenía que comunicar, nada menos que el psicoanálisis, según Lacan sería algo comparable a una epidemia susceptible, para bien, de invertir los poderes de la norma, de la higiene y del orden social.

Contra la epidemia de los prejuicios, miedos, parálisis, conductas destructivas y antisociales, basados en un fantasma personal inconsciente, que una peste real genera y hace volar, el psicoanálisis que fue llamado peste (simpáticamente por sus creadores, y con mala fe por otros), por su poder subversivo y de mirar más allá de lo concreto, tiene una función social importante: reorganizar un psiquismo individual y un psiquismo social arrasado y sitiado entre las fantasías más inconscientes y el pánico exterior.

Finalmente, el aislamiento social y de las actividades cotidianas que la aparición del Covid-19 conlleva, no deja de abrir la pregunta temida que propuso siempre el psicoanálisis a toda persona con la que se cruzó: “¿qué soy?”.


López Gomara

Diego López de Gomara

Referencias

  1. Laura no es un caso verídico.