Sobre el psicoanálisis como práctica literaria

Diego López de Gomara, APA

Querido amigo, tu esfuerzo y tu dirección indeclinable, consisten en dotar a lo real de forma poética; mientras tanto buscan los demás dotar de realidad a lo poético, y de ahí, de ese tipo de esfuerzos, no pueden salir sino sandeces.

Goethe, Poesía y verdad

En su texto, Poesía y verdad, Goethe distingue la verdad material de la verdad poética, que sería la verdad humana. El texto inconsciente está hecho de palabras plurívocas y el analista lo escucha y responde también con palabras y, si fuera más minimalista, solo le bastarían signos de puntuación.

La idea del presente trabajo no pasará por la aplicación del psicoanálisis a la literatura para tratar de comprender alguno de sus misterios o utilizar elementos de la literatura para ejemplificar cuestiones del psicoanálisis, sino por ver qué tienen ambos en común, por ejemplo el concepto de letra, o de huella, o de marca. Ya que escribir es dejar marca. Lo ha sido así desde los sumerios.

Los psicoanalistas aparentemente no escriben, su métier no pasa por estar acompañados de una computadora o aferrados a una lapicera y un papel. Lo podrán hacer al final del día de trabajo para relatar sus casos, pero no es una exigencia de su clínica. A menos que se sea un analista muy clásico que toma notas durante la sesión. Pero si bien el psicoanalista no escribe con los formatos tradicionales, trabaja con los efectos de las palabras; de palabras, que como la lluvia que precipita y deja huellas, y le da una orografía particular al terreno, (tomaremos esta metáfora de Lacan, de su texto dadaísta lituraterre) nos han caído; palabras que llovieron sobre nosotros durante nuestra más tierna infancia, y dejaron trazos sobre nuestro primer tejido psíquico.

Así como Lacan cuando vuela por Siberia a la vuelta de un viaje a Japón, donde había sido sorprendido por la caligrafía japonesa, ve desde su ventana la extensa estepa erosionada por las lluvias y piensa que las palabras también nos han llovido y erosionado, (“eros-ionado” podríamos decir nosotros jugando con las significaciones, no hay recorrido del eros que no deje una marca) podemos pensar, desde nuestra realidad de psicoanalistas latinoamericanos, en las líneas de Nazca, donde las fantasías y palabras del hombre marcaron la vastedad de la tierra, y dejaron inscripciones de las que ya no conocemos el sentido originario de las mismas. Líneas que si bien perdieron el sentido original igual continúan funcionando de una forma extraña convocando actos; miles de personas hacen largos recorridos y vuelos solo por el placer de verlas.

La lluvia incesante del significante sobre nosotros nos ha sucedido desde pequeños, cuando sobre nuestro psiquismo, que no era una tabla rasa porque tenía las categorías kantianas del entendimiento y alguna que otra protofantasía innata proveniente del acervo cultural de la historia humana, empezamos a escuchar y a oír las primeras personas que nos hablaron, al otro primordial. Sabemos que esta entrada del lenguaje del otro en nosotros ha sido, siempre disruptiva y traumática, por más que nos hayan hablado con mucho cariño. La entrada del lenguaje en la carne, está entre los sucesos más traumáticos de la existencia. Más invisible quizás que las primeras intervenciones, pinchazos y vacunas sobre el cuerpo del niño, no deja de ser el acontecimiento de nuestra vida. Pero el trauma que produce el lenguaje es necesario y constituye; un niño al que no se le ha hablado no fue invitado al mundo. No se lo ha implantado en él. Está en el desierto, carece del abono de palabas para empezar a crecer.

Nuestro tejido psíquico está poblado de frases que nos llovieron desde el otro primordial y que repetimos con la ilusión de ser nuestras, encontramos palabras que vibran solas, y hay finalmente también simples letras o trazos sueltos, como las líneas de Nazca, que ya ni siquiera tienen un significado, pero que están unidas a lo pulsional o al goce.

Los psicoanalistas usamos recursos literarios con todas estas inscripciones o incisiones de la psique. Podemos poner un punto en una frase repetitiva de un sujeto; podemos anticipar el punto, inventando un corte o hasta interrumpiendo la sesión. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Carlos, un hombre melancólico, masoquista, que se denigra, muy acomplejado y al que pareciera que le encanta decir que él “es un hombre bien parecido a un mono”. Carlos repite con asiduidad esa frase. Un día su psicoanalista corta la sesión extrayendo parte del predicado de la frase. Y lo deja frente a la novedad siempre entredicha y pasada por alto: “él es un hombre bien parecido.” Con el punto que lo separa a Carlos de su goce, del goce de su desdicha, se despiden. La sesión siguiente Carlos empieza diciendo que “ él no es un hombre bien parecido”, para alivio del analista su paciente está en la realidad no en el sueño, pero Carlos dice que al menos “él es un hombre bien”, una buena persona. Pudo escuchar en su ser de lenguaje algún otro valor del cual gozar que la pura fealdad y animalidad. Esta intervención, en la cual no se añadió ningún elemento semántico al texto que ya estaba, generó en Carlos una transmutación subjetiva importante. Por supuesto, “el mono” volverá, pero ya como un goce apaciguado y domesticado. Este tipo de trabajo con el texto psíquico también nos muestra cómo el tiempo de la elaboración de saber queda por fuera de la sesión y del lado del paciente.

También podemos poner una coma en el texto psíquico para cambiarle el sentido. Es conocida la frase del oráculo de Delfos como respuesta a un guerrero que le pregunta si va a morir o no en la guerra, y el oráculo le contesta: “irás volverás nunca en la guerra morirás”. Según dónde agreguemos la coma el héroe helénico puede morir o no en la guerra. (“Irás volverás nunca, en la guerra morirás” o “irás volverás, nunca en la guerra morirás”) De una frase así, de un tejido textual así, suele estar hecho el fantasma fundamental de la relación amorosa de un neurótico: “irás volverás nunca en el amor morirás”. El lugar donde se elija poner la coma significará para el sujeto relaciones amorosas más plenas o más sufridas. O en el trabajo como respuesta a la demanda del otro: “irás volverás nunca en el trabajo morirás”. Una simple coma puede modificar el fantasma primordial. Además conocemos la capacidad performativa, de volverse realidad, que tiene el tejido inconsciente. Por supuesto, hay que poder escuchar, antes de puntuar, de qué palabras está hecho.

En relación a una palabra que está vibrando sola, podemos hacer un retruécano, hacerla escuchar con otro sentido. Pensemos en Mario, un hombre maníaco, con lenguaje incontinente , catedrático, y que cree que “se las sabe todas”; sabe, por supuesto, que su analista se interesa por los sueños; y un poco para impresionarlo, seguramente, una noche sueña que es el dueño de una empresa enorme que fabrica ceniceros y los exporta al mundo entero. El analista, luego de un instante de sorpresa, le responde con mucha simpatía, una simpatía que contra-resta artesanalmente el posible rechazo enojoso de la intervención, agreguemos que nunca es necesario ser antipático en un análisis: usted, Mario, tiene una fábrica enorme de “se-ni-ceros”. Le muestra el agujero inmenso que tiene en el saber. A partir de entonces, Mario empieza a sentirse más aliviado y sereno, sin necesidad de cubrir todos los agujeros.

En pacientes narcisistas, casi psicóticos, se trata muchas veces de escribir algo de la dimensión de la falta en ser o del de-ser. Por supuesto, la escritura de un espacio de ausencia debemos hacerla desde alguna articulación significante. Es necesaria previamente la construcción de tejido simbólico, y de la riqueza de una historia, para alojar la ausencia y el deseo. Y la construcción del tejido simbólico necesita de tiempo, espacio, imaginación, recuerdos, frecuencia y repetición. El tipo de puntuaciones que acabamos de presentar, generalmente pocas, pero muy significativas en una cura, las hacemos dentro de un largo trabajo previo de conjeturas y construcción de saber.

Después hay letras puras, erosiones, consecuencia, como dijimos, de la lluvia del significante del otro en nosotros, que se independizaron del significado inicial de las palabras que las causaron y que transitan unidas a goce. Objetos locos que no hacen cadena. En este último registro podemos encontrar la génesis de algunas obsesiones. Obsesiones que se repiten sin sentido, aspectos bizarros, gestos, rituales varios, que esquivan cualquier aporte de significación exterior, pero que al menos hacen litoral o nos inscriben como litoral, e impiden que nos arrase lo pulsional. Obsesiones que son locura, pero que son también límite a la locura y el desborde. Letras indescifrables, sin sentido de antemano, con las que podemos construir como si fueran ladrillos algún nuevo síntoma y significación. Algunos incluso que hagan lazo social.

Y finalmente están las construcciones, que trae Freud en Construcciones en el análisis de 1937, artículo escrito dos años antes de su muerte. Se asemejan a ficciones que les ofrecemos a nuestros pacientes sobre su pasado; construidas a partir de jirones de sueños, de fantasías y de acciones de los pacientes tanto dentro de la escena terapéutica como fuera de la misma. No son el recuerdo reprimido pero, según Freud, tienen una fuerza terapéutica parecida a la recuperación del mismo. Son como zurcidos construidos sobre los agujeros de lo simbólico; ¿son justas?, ¿son erradas? ¿Qué utilización darle a las mismas? Seguramente, no será lo mismo utilizarlas en pacientes de imaginación florida que en aquellos con déficits para fantasear. Justas o erradas, más o menos eficientes, tienen que ver con un Freud poeta, que trae una poesía para el psicoanálisis en el final de su escritura.