Un grito a voces. Masculinidad y cultura

Alegre Romano (APA)

Una pregunta ha rondado a los estudiosos desde tiempo atrás, ¿por qué el hombre y la mujer son diferentes? ¿Por qué un hijo varón es diferente de las hijas siendo que la madre y el padre son los mismos? ¿Se trata de algo inherente a la naturaleza? ¿Es la anatomía un destino? Para reflexionar sobre esto retomaré un concepto formulado por Freud: la herencia de las predisposiciones psíquicas–que sólo despiertan en lo individual cuando reciben el envión– son esquemas congénitos capaces de procurar la colocación de las impresiones vitales vividas en la historia individual, precipitados de la historia de la cultura humana, entrecruce entre filogenia-ontogenia e individuo-cultura.

Tal como ocurre con los fenómenos de la vida anímica el complejo nuclear de las neurosis, el Complejo de Edipo usualmente no tiene una resolución modelo, y esto produce un impacto no solo en lo anímico individual sino también en lo cultural. En este escrito me referiré al varón y al trabajo psíquico que deberá llevar adelante: la de desasir los deseos libidinosos experimentados en relación a su madre a fin de darles curso en otro objeto de carácter real; no me ocuparé del padre, de los deseos parricidas y del trabajo de reconciliación.

Freud presenta la tesis de que en la organización fálica el niño, a raíz de la amenaza de castración, se va al fundamento y posteriores influjos se le sumarán más tarde a esa amenaza a la que de comienzo no le da suficiente crédito, aunque sí más tarde con la observación de los genitales femeninos de la niñita en que se le torna representable la pérdida del pene. Observación y percepción configuran un hecho prínceps. Expresa que la intelección de que la mujer es castrada pone fin a las dos posibles formas de satisfacción del Complejo de Edipo, la aceptación de la posibilidad de la castración como castigo a la manera masculina y la femenina como premisa.

El niño se encuentra en una encrucijada en el atravesamiento del Complejo de Edipo, la satisfacción amorosa implica poner en juego el pene, se le plantea el conflicto entre lo narcisista y lo objetal que lo llevará a optar por el extrañamiento del Complejo de Edipo, con consecuencias anímicas: las investiduras de objeto resignadas y sustituidas devienen identificación, introyección de la autoridad paterna en superyó, desexualización y sublimación de las investiduras libidinosas que llevan a la identificación. Esta deriva significa que el niño salvó una vez los genitales, alejó el peligro de la pérdida, y canceló su función; lo conceptualiza como un proceso que va más allá de una represión, –destrucción y cancelación– que ubica en la frontera entre lo normal y patológico. Explicita la importancia de no postular una resolución única, sino considerar que las variaciones temporales así como la forma de eslabonamiento serán factores de relevancia para el desarrollo. Ahora bien ¿de qué se trata lo patológico? Se trata de la renegación, una tentativa imperfecta de apartar al yo de la realidad, y a la vez saber y no saber acerca de algo. En este caso una desmentida de la diferencia de los sexos que coexiste con la represión de la sexualidad infantil.

En psicoanálisis la sexualidad es índice de la vida anímica.

El Complejo de Edipo del varón tiene características inherentes, su resolución no resulta unívoca como el de la niña que además renuncia por amor; su angustia de castración lo llevará a defenderse y dará origen a mecanismos de defensa inconscientes, síntomas y escisiones, rasgos de carácter. Curiosamente se suele decir que la mujer es narcisista centrada en su corporeidad y no así el varón, sin embargo la resolución edípica de la niña transita por la libido objetal, reconocimiento del objeto como fuente de placer y temor a la pérdida de amor; en el varón la resolución es narcisista, el temor a la pérdida de la integridad corporal pone en juego una vivencia de necesidad de salvación de los genitales, significante ligado a peligrosidad, riesgo. Para su economía psíquica no parece haber sustitutos de su pene, ¿es esto una forma de fijación al riesgo de perder lo sustancial? Pene, temor al castigo, salvación, riesgo, rasgos que darán lugar a la posibilidad de convertirse él mismo en salvador, en el intento de rescatar a la amada, retoño autónomo del complejo parental que se conjuga con manías de grandeza. Como ya se ha descripto la desmentida –como operación psíquica– adquiere en los hombres una modalidad genérica.

La división descripta por Freud de la fantasía y del actuar del hombre en su sexualidad con respecto a la mujer, de fantasearla en dos modalidades, como madre y como puta, resulta de la escisión psíquica genérica del Complejo de Edipo; en lugar de una modalidad represiva el sujeto se defiende de los aspectos libidinosos de la madre en una disociación puta-madre. Es así como queda boyando entre una y otra fantasía como parte de un actuar defensivo con el consiguiente efecto en su vida amorosa. En esa dualidad encuentra qué actuar, dónde y cómo, según los objetos de los que se vale su capital libidinoso para sostener su escisión, –en lugar de la tramitación por el conflicto neurótico– que conduciría al objeto único.

En Psicología de las masas y análisis del yo (1921) Freud escribe que “quizás con la única excepción de la relación de la madre con su hijo varón que sabemos fundada en el narcisismo, no es afectada por la rivalidad posterior y sobre todo se ve reforzada por el amago de una elección sexual de objeto”. Esta curiosa cita pone de relieve el itinerario en el hijo varón desde su relación con la madre a sus relaciones con otras mujeres que resultan ser fuente de reforzamiento de la representación materna.

Lo que nos conduce a pensar que la representación materna adquiere consolidación como rebote de las relaciones amorosas, mientras convive con una mujer se consolida la representación madre, entonces ¿cuándo ve a su partenaire como mujer? Además, Freud escribió que el matrimonio no está asegurado hasta que la mujer no haya conseguido hacer de su marido también un hijo y actuar la madre respecto de él. En el desarrollo de la niña encontramos la posibilidad de deslizamiento y sustitución a través de la ecuación simbólica, pene-heces-dinero-regalo-hijo.

Retomo la idea de escisión por desmentida: el varón divide –a los fines de mantener a la madre fálica y asexuada, al modo virginal– los aspectos eróticos libidinosos que lo acompañan desde la infancia, y éstos a su vez resultan aislados y ubicados en un espacio diferente y alejado –la puta–, con quien aspira vivir lo erótico pulsional, –estrictamente sexual– los impulsos perversos no integrados, ni sublimados y desplegar su anhelada vida erótica en un reducto marginal y estanco de su vida, de carácter fálico a la manera fetichista.

La idea de dos objetos, la madre y la puta remite a otra fantasía primordial: la del temor al regreso al vientre materno, la de huir de los lazos libidinosos incestuosos envolventes para ir con la puta con quien puede actuar aspectos de su actividad perverso polimorfa infantil –que precisa vivir y consumar– sin preocupación por el otro. En este derrotero, sin historia ni futuro, sin ligadura afectiva tierna que sirva de cuña para sus pulsiones de meta directa sádicas, masoquistas, perversas; sin atenuantes por las demandas y deseos del partenaire que pudieran interferir en su pulsionar, el varón encuentra la posibilidad de actuar otra fantasía inconsciente masculina: la degradación de la vida amorosa.

Vale recordar el uso que hace el pueblo español –en su lenguaje coloquial– de la expresión “de puta-madre”, con el sentido de expresar algo muy bueno, fantástico de tono ponderativo. El lenguaje informal cotidiano a través de su condición simbólica posibilita el levantamiento parcial de esta escisión y en ese grito a voces hace pública la aceptación de la unificación del objeto tierno-sexual.